Esta es la historia de una ecuatoriana que emigró a finales de los 90 a la España del ‘boom’ inmobiliario y ahora vive como indocumentada en los Estados Unidos de Donald Trump. Sus casi veinte años en busca de una vida mejor son un ejemplo del recorrido entre la legalidad y la ilegalidad del emigrante en el siglo XXI.
Rosalía (nombre ficticio para preservar su identidad) llegó hace casi un año desde Madrid al distrito neoyorquino de Queens. Su nuevo hogar es el área metropolitana más diversa del mundo, cuna del presidente de Estados Unidos y la zona de mayor concentración de inmigrantes de Nueva York.
En estas calles, donde acude al encuentro con bez.es, viven cerca de 250.000 indocumentados del total de 1,5 millones que tiene la Gran Manzana y su área de influencia. La incertidumbre se palpa entre los viandantes de la Avenida Roosevelt, principal arteria y corazón del barrio de Jackson Heights. El 64% de sus habitantes son latinoamericanos y sienten la amenaza deportadora de Trump.
«¿Se dice ‘Tramp’ o ‘Trump?'», pregunta Rosalía si perder la sonrisa. Aunque no sepa inglés, ella tiene algo que la mayoría de los ilegales no tienen. Un pasaporte español. «Lo llevo conmigo a todas partes», dice mientras señala su bolso. Lo consiguió hace dos años, tras dieciséis viviendo en España.
Esto le permitió entrar en Estados Unidos con facilidad. Pero transcurridos los tres meses del permiso de turista, se convirtió en una indocumentada más. «El único miedo que tengo es a que me deporten a México». Su temor da muestra del caos informativo que existe sobre las nuevas medidas antiimigración. Una orden del secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kelly, pidió aplicar esta medida a todos los migrantes que sean detenidos en la frontera. Pero solo allí.
Inmigrante en España
La historia de inmigración de Rosalía comenzó en 1999. “En esos años, en Ecuador, todo el mundo quería ir a España”, cuenta. Un año antes de su llegada, el Gobierno del Partido Popular había aprobado la Ley de Liberalización del Suelo. Fue el inicio del ‘boom’ inmobiliario y la señal de partida de la mayor entrada migratoria de la historia de España. Cinco millones de personas llegaron entre 1990 y 2012, según datos del INE. Los ecuatorianos pasaron de ser 40.000 en 1998 a 500.000 en 2004.
Ellos venía a trabajar en la construcción. Ellas como empleadas del hogar. Así que con 26 años, dejó a su hija de cinco al cuidado de su madre y se sumó a la ola migratoria. «Al principio lo pasé mal, pero no cómo lo he pasado aquí». Le esperaban seis años de ilegal como empleada del hogar hasta que en 2005 fue una de las 700.000 personas que se benefició de la regularización impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Esto le permitió firmar su primer contrato de trabajo fijo como encargada en una empresa empaquetadora subsidiaria de El Corte Inglés. Cobraba 700 euros mensuales hasta que en 2011 la crisis se llevó por delante el negocio. Volvió a su antiguo empleo de limpieza. Durante todo ese tiempo, su hija se hizo mayor, se convirtió en abuela en la distancia y rehizo su vida en Madrid. “La vida allí era más sencilla, aquí no salgo nunca”, se lamenta.
Inmigrante en EEUU
Una mañana del pasado mes de mayo tomó un vuelo directo desde Barajas hasta JFK. Se sumaba así al millón de extranjeros que han abandonado España desde 2010 por la falta de oportunidades. No tuvo problemas para sortear los controles de inmigración. Solo le hizo falta confirmar al agente del control que venía a visitar a su tía que vive en Connecticut. Un dato real. Lo que no era verdad era su propósito y su destino final. «Yo venía con miedo, pero fue muy fácil pasar», explica.
Rosalía era consciente de que pasados los tres meses de estancia se convertiría en una persona ilegal. Una entre los 11 millones de sin papeles que viven en Estados Unidos. Lo que ni ella ni casi nadie preveía por entonces era la llegada a la presidencia de Trump seis meses después. En Queens le esperaba su novio, también ecuatoriano y legal en España. Él había llegado unos meses antes de avanzadilla. Ambos viven en un piso de una habitación con la madre y el padrastro de él, residentes en el país desde hace 15 años. Solo uno de ellos tiene papeles.
“El sueño americano es una mentira. Aquí cobro lo mismo que allí y todo es mucho más caro”, dice sin perder la sonrisa. Desde que llegó ha trabajado como empleada del hogar durante seis meses a 11 dólares la hora. Desde hace dos semanas no tiene empleo. Tuvo que pagar 150 dólares (141 euros) a una agencia para que le buscara un empleo. Ellos se quedaron el sueldo de su primera semana de trabajo y la mitad de lo cobrado un día esporádico que acudió a otra casa. «Te dicen que vayas de prueba a limpiar un día y que si les gustas te quedas, pero es mentira», cuenta.
Así trabajan los sin papeles
Los indocumentados en Estados Unidos compran por unos 100 euros un número de la Seguridad Social (SSN, por sus siglas en inglés) falso y una tarjeta de identificación, que no tiene por qué mostrar sus datos reales. Eso le sirve al empresario para justificar las nóminas y pagar los impuestos. El sueldo se abona a la semana por cheque bancario y en raras ocasiones hay inspecciones laborales. «No existen horarios marcados ni fines de semana ni festivos ni descanso…», se sorprende Rosalía. Así se sostiene el sector servicios de Nueva York.
La experiencia como sin papeles es lo único que les facilita optar a trabajos mejor pagados. La dureza de la realidad llevó a Rosalía a planear su vuelta a España antes de que se cumpliera el plazo de los tres meses del permiso de turista. «El mismo día que iba a coger el avión, mi novio se puso muy enfermo de un ojo y me quedé». Si deja el país no podrá volver en diez años.
Pero la amenaza más grande que se cierne sobre ella es la deportación «rápida» que plantea la Administración Trump. Un proceso con el que se podrá expulsar a los sin papeles que lleven menos de dos años en el país sin darles la oportunidad de defender su caso ante un juez. «Si eso pasa, solo espero que me deporten a España o a Ecuador». Esa sería la peor de las circunstancias para ella. Acabar en México con lo puesto.