Los profesionales de la desobediencia civil vuelven a la carga contra Trump

La concentración por el Día de la Mujer del pasado 8 de marzo en la Quinta Avenida neoyorquina transcurría según lo previsto hasta que saltó la sorpresa. Las organizadoras anunciaron a la muchedumbre el inicio de una marcha no programada con el objetivo de rodear el Trump International Hotel, a menos de medio quilómetro de distancia.

Solo ellas conocían en ese momento lo que iba a suceder. Una vez alcanzada la rotonda de Columbus Circle, donde se sitúa en edificio, se sentaron en la calzada con el objetivo de paralizar el tráfico. Menos de cuatro minutos después eran detenidas y esposadas por la Policía en medio de una avalancha de cámaras.

Se consumaba así el primer acto de desobediencia civil de las organizadoras de la multitudinaria Marcha de las Mujeres celebrada en Washington un día después de la toma de posesión de Donald Trump. Las urdidoras de la nueva ola del feminismo sacrificaron su libertad por unas horas mientras mujeres del mundo entero respondían a su llamada con masivas manifestaciones.

Fue una operación calculada al milímetro. No hubo violencia ni resistencia. El objetivo era acaparar la atención de la prensa. La clásica “acción directa” como se conoce en el lenguaje de los profesionales de la desobediencia civil. Una práctica con una larga historia en Estados Unidos que resurge ahora ante la amenaza que representa el nuevo inquilino de la Casa Blanca. La calma de los primeros años del mandato de Barack Obama se interrumpió en 2011 con el movimiento Occupy Wall Street contra los excesos económicos tras la crisis y el más reciente Black Lives Matter contra los abusos policiales hacia los afroamericanos. Fueron los últimos empujes reivindicativos y caldo de cultivo de la respuesta a Trump.

Vuelta a la acción

“Los viejos activistas han vuelto a la acción y los jóvenes empiezan a sumarse al movimiento”, comenta Eustacia Smith, conocida activista neoyorquina. Smith comenzó a principios de los noventa en la lucha por los derechos de los homosexuales. Su curriculum suma más de 30 detenciones y la organización de cientos de actos de resistencia. Ahora ejerce de apoyo a la nuevas generaciones.

Su actividad se ha profesionalizado. Entrena a personas dispuestas a participar en operaciones de desobediencia civil y a los voluntarios -como ella- que les asisten en plena acción. Bez.es acude a una de sus clases. La decena de alumnos que asisten a la sesión están en la veintena o han superado ya los 50 años. No existe término medio.

“No había salido a la calle desde los años 70”, dice James, de 68 años. Todos ellos han sentido la llamada de la protesta tras el triunfo de Trump. “He estado en la periferia de la desobediencia civil, pero no me han arrestado”, explica Kate, de 25 años. Hace una pausa y añade “todavía”.

En el mundo del activismo estadounidense haber pasado por el calabozo es como haber alcanzado la licenciatura universitaria. “El pasado verano estuve detenida por primera vez”, exhibe su trofeo otra de las asistentes. Lo único necesario para pasar por ello es tener una causa, integrarse en un grupo de resistencia y entrenar para la operación.

El papel policial

Nada se deja a la improvisación. La Policía es la única que puede cambiar el guión en plena faena. Sin embargo, las fuerzas de seguridad también se han acostumbrado a este tipo de acciones y lo más habitual en la actualidad es que todo se desarrolle como en una ensayada coreografía, tal y como sucedió en el Día de la Mujer en Nueva York.

“En los años 80 los agentes eran amables, a principios de los 90 tuvimos que lidiar con la violencia policial con la llegada de Rudolph Giuliani a la alcaldía y en los últimos ocho años la cosa se ha calmado otra vez”, explica Smith. El activismo se ha ido adaptando a los tiempos, a la agenda política y, sobre todo, a la irrupción de internet y las redes sociales. Carteles con la frase «no me puedo creer que esté protestando por esto otra vez» pueblan las manifestaciones anti-Trump.

El primer contacto de las nuevas tecnologías con el activismo fue traumático. La muerte de Matthew Shepard, un joven homosexual de Wyoming torturado y asesinado por dos hombres en 1998 levantó una ola de protestas por todo Estados Unidos. Ocho días después del asesinato, el 20 de octubre, una veintena de activistas tenían planeado cortar la Quinta Avenida neoyorquina y provocar su detención. Sin embargo, el eco de internet hizo que se triplicaran las previsiones de asistencia. «Nada más comenzar la manifestación, la Policía detuvo a los organizadores y la situación acabó en caos», explica Smith, que fue una de las arrestadas. La acción se saldó con 96 personas en comisaría. Muchos de ellos simples manifestantes. Esto último no entraba en los planes.

El camino recorrido

El término ‘desobediencia civil’ lo acuñó en 1849 el ensayista y filósofo estadounidense Henry David Thoreau en su célebre obra del mismo nombre. Él mismo protagonizó una acción contra el pago de un impuesto destinado a la intervención estadounidense en México por la que pasó una noche entre rejas. Sus amigos pagaron la multa para liberarle. Un rol heredado ahora por voluntarios como Smith que acompañan a los insubordinados desde el inicio de la acción hasta el final del proceso judicial.

Las teorías de resistencia pacífica de Thoreau sirvieron para inspirar las luchas de Mahatma Gandhi en la India, Desmond Tutu en Sudáfrica y a su compatriota Martin Luther King en el movimiento por los derechos civiles de los 60. La Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad del 28 de agosto de 1963 en la que Luther King pronunció su histórico discurso ‘Yo tengo un sueño’, las tres marchas de Selma a Montgomery de 1965 por el derecho al voto de los afroamericanos y las protestas de la Guerra de Vietnam fueron tres de los hitos históricos que consolidaron la desobediencia civil como método de lucha en Estados Unidos.

La aparición de Greenpeace a principios de los 70 fue el inicio de la profesionalización del activismo. Hoy operan como la gran corporación del movimiento ecologista. Sus acciones son las más sofisticadas y arriesgadas, como la que llevó en julio de 2015 a tres de sus miembros a colgarse durante una semana de un puente en Oregon para impedir el paso de un buque de Shell. Sus activistas fueron unos de los primeros en aparecer en escena tras la llegada de Trump al poder con una enorme pancarta con la palabra resist (resiste, en inglés) colgada de una grúa de obra situada en la parte trasera de la Casa Blanca cinco días después de su toma de posesión.

La desobediencia en la era trump

En los poco más de 100 días que lleva Trump en el Despacho Oval ya se han producido más de una centena de actos de desobediencia civil con cientos de detenidos. La acción más multitudinaria tuvo lugar el mismo día de la toma de posesión del nuevo presidente.

Aquella mañana del viernes 20 de enero, una decena de grupos organizados se repartieron por el centro de Washington con la intención de aguarle al magnate. La operación sembró el caos en las inmediaciones de la celebración y acabó con 217 detenidos, seis agentes heridos, varios establecimientos con las lunas rotas y una limusina quemada.

Desde entonces, los arrestos se repiten cada semana. La mayoría de ellos se producen en acciones contra la deportación de inmigrantes indocumentados. Esta causa se vislumbra como la gran lucha de los próximos años y, para ella, los activistas adaptan los métodos de lucha, como no hablar ni entregar la documentación personal cuando se es detenido para demostrar que todo el mundo debe ser tratado de la misma manera.

No será la única novedad. Un grupo de estudiantes de Harvard ha creado un curso específico de técnicas de resistencia vía online contra la agenda de Trump. Inspirados por la Marcha de las Mujeres y la Marcha por la Ciencia enseñan a los interesados a sus alumnos a emprender acciones colectivas con eficacia. El programa ya cuenta con la participación de 3.000 grupos que representan a 10.000 personas, según los organizadores. La llegada de Trump ha pillado a la desobediencia civil en plena madurez.

 

 


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