La primera gira internacional de Donald Trump le ha llevado a visitar los principales lugares del islam, el judaísmo y el catolicismo. Trump ha querido convertir este viaje en un acontecimiento histórico con un periplo sin precedentes por Arabia Saudí, Israel y el Vaticano. El objetivo final es aún más ambicioso. Reanudar el proceso de paz entre palestinos e israelíes. Su viaje continuará en la Cumbre de la OTAN en Bruselas y acabará en la reunión del G-7 en Sicilia.
Todos los inquilinos del Despacho Oval desde el republicano Richard Nixon intentaron sin éxito conseguir la paz en Oriente Medio. Estos pesimistas precedentes no asustan a Trump. En su primer viaje a Israel, el presidente de Estados Unidos desplegó una enérgica petición para reactivar de nuevo el diálogo entre las dos partes, paralizado desde hace tres años.
«He oído que es uno de los acuerdos más difíciles de todos, pero tengo la sensación de que vamos a llegar a él. Espero», dijo Trump en la rueda de prensa conjunta con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Acompañado de la primera dama, Melania Trump, de su hija Ivanka Trump y de su yerno y judío ortodoxo, Jared Kushner, el presidente de Estados Unidos fue recibido por todo lo alto por su principal aliado en la región.
El líder del mundo occidental llegó al aeropuerto de Tel Aviv procedente de Riad con el optimismo de la firma de un contrato multimillonario para renovar el equipamiento militar de Arabia Saudí, el ejército más dotado de la región tras el israelí. Un negocio para Estados Unidos de 110.000 millones de dólares (98.000 millones de euros). El mayor de la historia.
Su paso por Arabia Saudí le sirvió también para desplegar su cordialidad con los líderes de la cuna del islam después de sus múltiples ataques a los musulmanes. Tanto Trump como sus socios saudíes saben bien que el dinero está al margen de la religión. No hubo ni una sola mención a los derechos humanos por parte del líder estadounidense en su discurso del domingo por la noche ante los 55 líderes de países musulmanes presentes en la cumbre. Esto le valió críticas en su propio país.
Principales aliados contra Irán
Pero el presidente de Estados Unidos busca con su visita a estos dos países el más difícil todavía en la relación entre ellos. La formación de un triángulo entre los tres contra el enemigo unánime: Irán. Frente a Netanyahu, Trump hizo un llamamiento a la colaboración con Arabia Saudí para compartir «las preocupaciones sobre el ISIS, las ambiciones de Irán y los extremismos de la región» en el entorno del diálogo de paz entre palestinos e israelíes. «Esperamos trabajar juntos en un nuevo nivel de colaboración», animó Trump. Ya lo hizo en Riad, donde acusó a Irán de apoyar «los indescriptibles crímenes» del presidente sirio, Bashar Al-Assad.
Detrás de este planteamiento también está su promesa interna de desmantelar el acuerdo firmado en 2015 entre su predecesor Barack Obama e Irán para paralizar las sanciones a cambio del fin de su desarrollo nuclear. El impulso atómico del país persa unió a los servicios secretos de estos dos eternos enemigos. Arabia Saudí temía el aumento de la influencia de Irán en la región e Israel que cumpliera la amenaza de destruir el país.
Trump quiso aprovechar la luz de esa pequeña rendija. La respuesta de Irán fue inmediata. El gobierno de Teherán acusó al presidente de Estados Unidos de utilizar al país como excusa para conseguir un contrato millonario para suministrar armas al «mayor promotor del terrorismo», según informó el Ministerio de Exteriores en un comunicado. El próximo paso de Trump será su reunión de mañana con el líder palestino, Mahmud Abbas, antes de viajar al Vaticano para encontrarse con el Papa Francisco.
Falta de confianza
Trump se convirtió ayer en el primer presidente de Estados Unidos en visitar el Muro de las Lamentaciones. También estuvo en la Basílica del Santo Sepulcro, principal lugar de peregrinación de los cristianos. Lo hizo a título privado y acompañado por líderes religiosos de las confesiones católica, griega ortodoxa, armenia y copta, que comparten la gestión del templo. Ambos lugares están situados en la Ciudad Vieja de Jerusalén, ocupada por Israel desde 1967, un hecho que sigue sin contar con el apoyo de la comunidad internacional del que forma parte.
La búsqueda de esa difícil balanza en la región estuvo condicionada por los propios errores del presidente de Estados Unidos. Sus relaciones con Rusia le persiguen allá donde va. La revelación de información clasificada sobre la lucha contra el ISISprocedente de los servicios secretos de Israel al ministro de Exteriores y al embajador rusos en su visita de la semana pasada a la Casa Blanca dañó la confianza del Mossad en su impredecible inquilino.
En una sorprendente declaración a la prensa, Trump confirmó este hecho al justificar que en dicho encuentro no pronunció la palabra ‘Israel’. «Para que lo entendáis, nunca mencioné la palabra o el nombre de ‘Israel'» Nunca lo mencioné durante esa conversación», espetó el presidente de Estados Unidos ante un estupefacto Netanyahu. El impacto de sus palabras resonó fuerte al otro lado del Atlántico, donde la investigación por las conexiones rusas dio ayer una nueva vuelta de tuerca.
El ex consejero de seguridad nacional de Trump, Michael Flynn, principal sospechoso de la trama rusa, se acogió a la Quinta Enmienda de la Constitución, para hacer valer su derecho de no colaborar con la investigación y evitar comparecer ante el Senado de Estados Unidos, según adelantó Associated Press de fuentes cercanas al proceso. A última hora de la tarde, el diario The Washington Post publicó que el presidente pidió a dos altos cargos de inteligencia que negaran públicamente la existencia de conexiones entre sus asesores de campaña y el Kremlin. El escándalo ruso espera a Trump en su vuelta a casa con nuevas filtraciones que le ponen más cerca de un presunto delito de «obstrucción a la justicia».