Donald Trump despidió anoche de manera fulminante al director del FBI, James Comey. Este movimiento del presidente cogió a todos por sorpresa y abrió un tormenta política sin precedentes en Washington.
A última hora del martes, la Casa Blanca difundió una carta enviada por Trump a Comey en la que el mandatario le comunicaba la salida con efecto «inmediato» de la agencia de inteligencia. El presidente explicó que la decisión se tomó con las recomendaciones del fiscal general, Jeff Sessions, y por su ‘número dos’, Rod Rosenstein, con el objetivo de devolver la «confianza» perdida por el FBI.
«Un nuevo comienzo para la joya de la corona», proclamó Trump en la misiva. La inesperada decisión se produce en medio de la investigación liderada por Comey sobre la posible coordinación de los asesores del presidente con funcionarios rusos para interferir en las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre. Todavía es prematuro para determinar cómo afectará este despido al proceso, pero los demócratas mostraron su preocupación de que su marcha pueda descarrilar la investigación.
En ese momento, Comey se encontraba en Los Ángeles para asistir a un evento y se enteró de su cese por la televisión. El director del FBI suspendió su comparecencia para volar de forma inmediata con destino Washington. La Casa Blanca justificó su decisión por los errores cometidos por Comey en su declaración ante Comité Judicial del Senado sobre el caso de los correos privados de Hillary Clinton.
Comey fue nombrado en 2013 por Barack Obama. La ley federal contempla que el director del FBI sea designado para mandatos de diez años, en un intento por aislar esta figura del presidente de turno y fomentar la independencia de la agencia de seguridad. El cargo, no obstante, queda siempre a expensas de la decisión del mandatario. Las dudas sobre la legalidad de la decisión de Trump quedaron ayer en el aire.
Fiscal especial para las conexiones rusas
Con la salida de Comey, Trump suma un tercer despido de altos funcionarios que estaban investigando sus lazos rusos o la legalidad de sus negocios. La primera víctima fue la fiscal general, Sally Yates, cesada el pasado mes de enero, después de que se negra a apoyar el veto del presidente a los ciudadanos de siete países musulmanes. El segundo fue el fiscal federal de Nueva York, Preet Bhararas, el pasado mes de marzo, después de que rechazara una orden de presentar su renuncia.
La avalancha de reacciones no se hizo esperar. El líder de la minoría demócrata en el Congreso, Chuck Shumer, calificó la decisión como «un gran error» y pidió un fiscal especial independiente para encabezar la investigación de la injerencia rusa. «Cada estadounidense sospechará, con razón, de que la decisión de despedir al director Comey fue parte de un encubrimiento», advirtió Schumer, quien calificó el movimiento como «un patrón profundamente perturbador» de la Administración Trump.
Las referencias al ‘caso Watergate’, que acabó con el presidente Richard Nixon en 1974, fueron inevitables. El senador demócrata Bob Casey calificó la decisión de «nixoniana», en referencia a la llamada Masacre del Sábado Noche de 1973, cuando Nixon destituyó al fiscal especial que investigaba su espionaje a los demócratas.
Los antecedentes
Trump aprovechó un error de Comey para justificar su despido, a pesar de que durante la campaña y tras su victoria avaló su intervención sobre la investigación abierta por el FBI a Clinton a doce días de las elecciones. El ya ex director de la agencia de inteligencia declaró ante el Congreso que la asesora de la candidata demócrata, Huma Abedin, envió cientos de miles de correos con información clasificada a su marido, el ex congresista demócrata Anthony Weiner, para que se los imprimiera.
El pasado lunes, la web de investigación ProPublica reveló, citando fuentes internas del FBI, que en realidad se trataba de una cantidad mucho menor de electrónicos. Y sólo dos de ellos con información comprometida. La agencia de inteligencia se vio obligada a confirmar esta información y desmentir a su director. Esa fue la muerte de Comey.
Sin embargo, la declaración del martes de la ex fiscal general y del jefe de Inteligencia de Estados Unidos, James Clapper, ante el Subcomité Judicial del Senado, que investiga las conexiones rusas, acercó a Trump a las sospechas. Yates confirmó que informó en tres ocasiones a la Administración Trump del peligro para la seguridad que presentaba Michael Flynn, el asesor de Seguridad Nacional nombrado por el presidente, por sus conversaciones con el embajador ruso sobre las sanciones impuestas por Obama por la intervención en las elecciones.
Su declaración demostró que Trump tardó 18 días en despedir a Flynn. Pero la clave la dio Clapper, al desvelar por primera vez que la inteligencia estadounidense recibió avisos de varios países europeos sobre los negocios del presidente en Rusia. «No puedo entrar en el contenido por ser información clasificada», añadió Clapper. Esa parece ser la mecha que encendió a Trump.
Pero el presidente no se rinde y decidió ayer redoblar su apuesta. Poco antes de la medianoche, un fuente cercana al presidente, citada por Reuters, anunció que este miércoles se reunirá con el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en la Casa Blanca. Tras seis días apartado de la luz pública, desde donde sólo se asomó a través de Twitter, Trump resurgirá junto al enviado de Vladimir Putin con el «cadáver» de Comey aún caliente.