Una nueva generación de emprendedores españoles triunfa en Estados Unidos gracias a la gastronomía. La cultura de la tapa, el jamón ibérico, el aceite de oliva e, incluso, un producto tan americano como las hamburguesas son las armas con las que han conquistado el mercado más competitivo del mundo. El trabajo duro y su adaptación a un lugar donde todo puede suceder son los secretos de este grupo de jóvenes.
Al sevillano Víctor Ortega nunca se le pasó por la cabeza triunfar en Nueva York. Y mucho menos, hacerlo vendiendo hamburguesas. Pero cuando llegó a Estados Unidos enseguida se dio cuenta de una de las claves para conquistar el sueño americano. Aquí no existen nacionalidades. Cualquiera puede hacer cualquier cosa con tal de que la haga bien. «Me encontré con un montón de restaurantes españoles con chefs americanos, así que me di cuenta de que podía hacer muchas cosas», recuerda en conversación con bez.es.
Corría el año 2012. Tras cinco años de crisis económica, Ortega tuvo que cerrar su empresa de eventos y pensar en algo diferente. La cocina era una de sus pasiones y uno de sus mejores amigos, el chef sevillano Jaime Guardiola. Juntos se embarcaron en el proyecto de montar un restaurante español en la Gran Manzana. Un primer estudio de las tendencias de restauración sobre el terreno les dio la clave. Comida rápida, con productos orgánicos y a bajo precio.
Consiguieron un socio local y alquilaron una antigua hamburguesería en el East Village. No le cambiaron el nombre. Así nació Black Iron Burger. «El primer año nos dieron por todos los lados», reconoce Ortega, pero pasado su primer aniversario, el restaurante ya daba beneficios. En agosto de 2014, abrieron el segundo establecimiento en Midtown y seis meses después el tercero en Chelsea. Les empezaron a llegar reconocimientos de las publicaciones especializadas como Burger Weekly, Time Out o Zagat. «La ciudad te mete en una inercia que no te deja parar», dice Ortega. Pronto cruzarán el East River para abrir en Long Island City, Astoria y Brooklyn, y conquistarán la vecina Connecticut. «El cielo es el límite», bromea Ortega.
Barcelona en Nueva York
Al chef barcelonés Marc Vidal le tocó hacer lo mismo. Romper los esquemas preestablecidos. «Si intentas hacer las cosas como se hacen en España te estrellas, hay que adaptarse al paladar americano», comenta. Con esa filosofía ha conseguido popularizar la cultura de las tapas en Estados Unidos. Los cuatro restaurantes del mismo nombre La Boquería que gestiona en el Soho, el Upper East Side, el Flatiron y en Washington son una referencia de la cocina española. Los clientes disfrutan de la paella, las patatas bravas, la tortilla de patatas o los pimientos de padrón con el toque local.
Vidal llegó a Florida en 2006 contratado por un empresario hotelero para abrir el restaurante Por fin, tras pasar por los fogones de Alain Ducasse en París y El Bulli en Gerona. «Era la época de George Bush y yo estaba un poco escéptico con venir, pero me apetecía la aventura y pensé que en dos años volvería a Barcelona», cuenta. No fue así. Se enroló en la cocina del hotel W South Beach (Miami) y poco después dio el salto a la Gran Manzana como chef ejecutivo de La Boquería.
El negocio, propiedad de un estadounidense, no para de crecer bajo su batuta creativa. En los próximos tres o cuatro años, el tándem tiene previsto abrir otros dos locales en Nueva York y en Washington, y expandirse a Filadelfia y Boston. «A la gente le gusta y es un placer ver cómo la empresa crece», comenta. La energía de la la ciudad de los rascacielos ha acabado por cautivarle. Sin embargo, tiene muy claro que volverá a Barcelona, donde aprendió el oficio en el restaurante de sus padres. Un retorno todavía sin fecha gracias al trabajo bien hecho y al entusiasmo. «Aquí me dieron más oportunidades que en España. Es todo mucho más fácil, las empresas confían mucho en su gente y les ayudan a crecer».
El rey del jamón
Los estadounidenses han comenzado a comer jamón, chorizo y salchichón ibérico. Lo que es más importante, a distinguirlos de embutidos más populares como el prosciutto italiano. Todo gracias a la empresa familiar con sede en La Alberca (Salamanca) Embutidos Fermín. Sus productos reposan en los lineales de los supermercados de las dos Costas, el Medio Oeste y Texas gracias a sus acuerdos con cerca de 50 distribuidores.
A pesar del éxito, su artífice, Raúl Martín, residente en Miami, cree que todavía le queda mucho público en Estados Unidos por seducir. «Poco a poco van conociendo el producto español, pero todavía nos queda mucho por hacer», explica. Licenciado en periodismo, pronto se cansó de los trabajos precarios y decidió emprender dentro de la empresa familiar fundada por su abuelo hace más de seis décadas. En 2008, llegó a Nueva York, cuando la empresa ya llevaba dos años en EEUU, montó su propio equipo y se involucró de lleno en la exportación de ibéricos.
Nada más aterrizar se percató de que la gente le preguntaba si los fiambres que ofrecía eran pollo o pavo. Su principal misión estuvo clara desde el principio. «Educar y educar». Su reto, afrontar un mercado de enorme potencial con un producto de nicho con sus limitaciones de precio, desconocimiento y competencia. Embutidos Fermín mantiene una alianza con el cocinero español José Andrés, lo que ha supuesto un impulso imparable para la marca. «Esto ha supuesto un reto profesional y personal enorme, dejas de hacer muchas cosas, es un país muy complicado, muy caro», dice Martín, que todavía no está dispuesto a regresar.
Oleolizando Estados Unidos
Una situación parecida atravesó Elena Pérez Canal. También periodista, un día nevado de febrero de 2014 llegó a Nueva York con el objetivo de abrir mercado a la empresa familiar con sede el Orense Aceites Abril. Ella partía de cero en un mercado que importa 300 millones de toneladas de aceite de oliva al año y está dominado por los italianos desde los años 40. «Se trata de un mercado muy maduro. Esto te obliga a quitar una marca ya existente para poner la tuya», apunta. Entre sus competidores, grandes marcas como La Española, Carbonell o Ybarra.
Sus primer instinto fue conectar con los restauradores de la llamada Little Galicia de Nueva Jersey, donde el 70% de los propietarios de las cocinas, con nombres como Sevilla, Marbella o Toledo, proceden de la provincia de Orense, donde tienen la sede de la fábrica. De su mano consiguió colocar su aceite en las distribuidoras y tres años después, ya vende en Nueva York, Miami, Texas, Filadelfia y Puerto Rico. «Es muy complicado llegar a Estados Unidos sin contactos y empezar de cero», explica. El otro frente fue contar con la complicidad de los chefs.
La barrera cultural culinaria supuso un obstáculo en un país donde el aceite de oliva se utiliza poco. «Me he dedicado a lo que yo llamo oleolizar, culturizar a la gente sobre la procedencia del aceite, sus beneficios saludables y su origen natural». Para ello, se sacó el título de sumiller de aceite de oliva por el Institute Culinary Center y desde hace tres años organiza el Galician Cinema & Food Festival en el Instituto Cervantes de Nueva York. Con emprendedores como ella, España consiguió en 2016 subir al primer puesto puesto de importación por encima de Italia.